Cuando Papá Aprendió a Hablar
- Gabriel Omar Mendoza Flores
- 14 jun
- 3 Min. de lectura

Haz una pausa. Piénsalo bien: ¿cuándo fue la última vez que escuchaste a tu papá decirte 'te quiero'? Si la respuesta no viene inmediatamente, si tienes que rebuscar en tu memoria o pensar 'mmm, no sé'... entonces tu padre es de esa generación que te quería con actos, no con palabras.
Y si tu respuesta es "no tengo padre" o "nunca estuvo", este texto también es para ti. Porque quizás seas el padre que quieres romper ese ciclo, o tal vez estés navegando la paternidad sin un mapa, construyendo desde cero lo que nunca tuviste. Tu perspectiva es igual de valiosa en esta conversación sobre lo que significa ser padre hoy.
Hace treinta años, ser padre era simple de definir: trabajar, proveer, mandar. El papá era esa figura distante que llegaba tarde a casa, que resolvía crisis económicas y que hablaba poco pero imponía respeto. Su presencia emocional no era requerida, solo su cheque a fin de mes y su capacidad para mantener el orden familiar. Era una masculinidad de una sola dimensión: el proveedor inquebrantable.
Hoy, en 2025, ser padre es un acto de malabarismo emocional. Se espera que seas proveedor, pero también presente. Que seas fuerte, pero vulnerable. Que tengas autoridad, pero seas su mejor amigo. La paternidad moderna exige todo lo que la anterior exigía, más una inteligencia emocional que a muchos padres nadie les enseñó.
Los números no mienten sobre el peso que cargan: los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres, y más del 90% de los padres de familia trabajan fuera del hogar. La presión no es solo emocional, es estadísticamente brutal.
Hoy vemos a una generación completamente diferente. Gente que lleva terapia, que hablan de sus emociones, que piden permiso en el trabajo para ir a las actuaciones de sus hijos. Y está bien, es progreso. Pero una cosa es decidir ser vulnerable cuando la sociedad te aplaude por ello, y otra muy distinta es cargar todo en silencio porque esa era la única opción que tenías.
Mi papá no tuvo la libertad de "explorar su masculinidad". Tuvo que trabajar, ser fuerte, resolver. No porque fuera machista, sino porque esa era la única versión de masculinidad que conocía. Y esa masculinidad antigua tenía algo que la nueva a veces no tiene: responsabilidad absoluta. Mi papá se quedó cuando las cosas se pusieron difíciles. No se tomó un respiro porque sentía que lo necesitaba. Se quedó, trabajó y resolvió, movido por ese amor silencioso que no sabía expresar con palabras pero que se demostraba levantándose cada día, sin fallar, sin quejarse. Porque para él, amar a sus hijos significaba sacrificarse por ellos, aunque ellos nunca se dieran cuenta del tamaño de ese sacrificio.
La masculinidad moderna nos permite ser más cercanos con nuestros hijos, más conscientes de nuestras emociones. Pero también nos presenta un dilema que los padres de antes no tenían: ahora sabemos que podemos pedir ayuda, pero seguimos siendo los responsables de mantener familias a flote. Es como tener un manual de emociones en una mano y las cuentas por pagar en la otra, tratando de leer ambos al mismo tiempo.
Los expertos señalan que los mandatos de la masculinidad tradicional tienen un impacto directo en esas cifras de suicidio. Es una trampa mortal: les enseñamos a los hombres que no pueden quebrar, y cuando inevitablemente se quiebran, no saben cómo pedir ayuda.
El reto para los padres de hoy es encontrar el equilibrio. Ser vulnerables sin ser irresponsables. Cuidar nuestra salud mental sin abandonar nuestras obligaciones. Porque ser padre significa que ya no eres solo tú. Eres el sostén de otros, y eso no se puede tomar a la ligera.
Tal vez la verdadera evolución no es pasar de la masculinidad "tóxica" a la "sensible", sino combinar la fortaleza de nuestros padres con la inteligencia emocional de nuestra generación. Ser padres que pueden llorar con sus hijos, pero que también pueden cargar familias enteras cuando sea necesario.
Porque al final, ser padre sigue siendo uno de los trabajos más pesados del mundo. Pero también es el más extraño: es el único trabajo donde tu éxito se mide por qué tan bien preparas a alguien para que ya no te necesite. Donde das todo para que tus hijos puedan volar lejos de ti, y donde el amor más grande se demuestra enseñándoles a ser independientes.
Y por más que evolucione la masculinidad, ese peso no desaparece. Solo cambia la forma en que lo llevamos. Los padres de antes lo cargaron en silencio; nosotros tenemos la oportunidad de cargarlo con más sabiduría, pero sigue siendo nuestro peso. Y tal vez eso esté bien, porque ese peso viene con el privilegio más grande del mundo: ser el primer héroe de alguien, aunque después tengan que aprender que los héroes también son humanos.
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