Mamá no siempre tuvo la razón, pero siempre tuvo el corazón
- Gabriel Omar Mendoza Flores
- 11 may
- 2 Min. de lectura

A veces pienso en cómo sería ver a mi mamá a los 20 años. No como madre. Como mujer. Como persona. Antes de que su vida se llenara de incertidumbre, llamadas apuradas y silencios que escondían el cansancio. Antes de que tuviera que dividirse entre tres hijos y un trabajo que la alejaba de casa, aunque su corazón siempre se quedaba con nosotros.
Recuerdo que muchas veces no estaba. No porque no quisiera, sino porque tenía que trabajar. Salía temprano, llegaba tarde, y aún así se las arreglaba para que no nos faltara nada. Aunque a veces, sí nos faltaba algo de vez en cuando era su presencia. Y de niño es difícil entender eso. Pero de adulto… te rompe. Porque te das cuenta de que lo que más anhelabas no era un juguete, ni ropa nueva, ni una salida. Era su tiempo. Y ahí es donde todo cambia, porque entiendes que mamá no nos dio todo lo que quería… nos dio todo lo que pudo.
También he pensado en quienes no tuvieron una madre presente. En quienes crecieron con heridas que vienen de casa. No todas las madres supieron cuidar, algunas hicieron daño sin querer, otras porque también venían rotas. Y en esos casos, es válido sentir rabia, tristeza o distancia. Pero a veces la pregunta no es “por qué no me dio lo que necesitaba”, sino “quién no se lo dio a ella”. Nadie enseña a ser madre, y muchas cargaron con vacíos que nadie llenó. No se trata de justificar, sino de entender. De crecer, agradecer si hubo amor, y perdonar si hubo dolor. O al menos, comprenderlo para no repetirlo.
El Día de la Madre no es solo para regalar flores. Es para recordar que nuestras mamás no son eternas… ni perfectas. Es para aceptar que muchas veces hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían. Es para honrar lo que funcionó y sanar lo que no. Porque mamá no siempre tuvo la razón… pero casi siempre tuvo el corazón.
Y lo pienso más ahora, cuando me doy cuenta de cuánto cuesta asumir la responsabilidad de ser padre o madre en esta generación. Una generación que viaja más, se conoce más, se explora más… pero también se asusta más con la idea de cuidar a alguien más que a sí misma. Donde lo fácil es escapar, y lo valiente es quedarse. Donde se huye del compromiso, y se idolatra la independencia. Ahí es cuando más valoro lo que hizo mi mamá. Porque quedarse, en un mundo que empuja a irse… eso también es amor.
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